sábado, 19 de abril de 2014

¡Don Chepe!


aquel señor delgado y de buen caminar (…) 

La muerte de su hijo lo condicionó diez años; esa despedida fue devastadora, tanto, que solo vivía con la esperanza de volverlo a ver y así pasó el tiempo y a dos días de cumplir 87 años, Don Chepe falleció. Empero, aquello  fue solo el final de su vida.... Cinco años atrás, el cáncer de próstata lo debilitó. Ocho meses después de ese tratamiento, su cuerpo resintió el medicamento, produciéndole otras enfermedades; todo lo demás es historia, su verdadera historia.

Don Chepe tenía un ‘rutina’ descifrable, para quienes se fijaban en su constante actividad —fue un hombre de pueblo—. Muy temprano dormía y a las cuatro de la mañana estaba de pie, listo con su café de hervir. Su esposa le preparaba el desayuno para llevar —él cortó café por setenta años—. De madrugada salía a trabajar y al llegar, en el medio de los cafetales, comía junto a sus compañeros. Cada jornalero, al terminar el trabajo, cargaba consigo hasta 250 libras en la espalda, por 2 o 3 horas, desde “La Vega”, hasta aldea “Feria”. La jornada solía terminar al medio día.

Concluido el trabajo, se bañaba —acostumbrado al frío de occidente— en la pila, a palanganazo limpio. Se peinaba ‘correctamente’ de izquierda a derecha, su juez era ese espejo —con marco, coloreado por el musgo, pues siempre permaneció afuera de su casa —. Una vez vestido ‘correctamente’ con mocasines, pantalón te tela, camisa o guayabera blanca, almorzaba. Y, como es debido, una conversación extensa venía después de cada comida.

Sus tardes fueron ‘descifrables”, para quienes lo miraban y decían, “allá va Don Chepe, coqueto y con agilidad al caminar por toda la vereda”. Siendo de pueblo, todos sabían a donde se dirigía. Todos saben donde están todos. Él iba de casa en casa, tomando café o de tienda en tienda comprando lo que fuere, con el objeto de saludar a quienes se le cruzaban; al final de la tarde, media hora antes de anochecer, se sabía que regresaría.  

Esa ‘rutina’ se alteró desde que enfermó. Desde que observó su vida en la cama. Desde que ese cuadro en su habitación era el punto de conversación para cada visitante. El cuadro decía “En honor a Wilfido”  un alumno distinguido y un compañero entrañable”. Ese adolescente fue la luz de sus ojos y la pausa de sus últimos diez años.

Esos diez años fueron solo la etapa final de su vida, prueba fehaciente, porque en su funeral, un viernes santo, su familia y amigos, recordaron a aquel señor delgado, de buen caminar, ágil en las veredas; de buen hablar, gentil y con buena memoria al socializar con cada persona e historia que lo rodeó.

#GolpeDeSuerte V

© Alejso