aquel señor delgado y
de buen caminar (…)
La muerte de su hijo lo condicionó diez
años; esa despedida fue devastadora, tanto, que solo vivía con la
esperanza de volverlo a ver y así pasó el tiempo y a dos días de cumplir 87 años, Don Chepe
falleció. Empero, aquello fue solo el final de su vida.... Cinco años
atrás, el cáncer de próstata lo debilitó. Ocho meses después
de ese tratamiento, su cuerpo resintió el medicamento, produciéndole otras
enfermedades; todo lo demás es historia, su verdadera historia.
Don Chepe tenía un ‘rutina’
descifrable, para quienes se fijaban en su constante actividad —fue un hombre
de pueblo—. Muy temprano dormía y a las cuatro de la mañana estaba de pie, listo con
su café de hervir. Su esposa le preparaba el desayuno para llevar —él cortó
café por setenta años—. De madrugada salía a trabajar y al llegar, en el medio de los cafetales, comía junto a sus compañeros.
Cada jornalero, al terminar el trabajo, cargaba consigo hasta 250 libras en la espalda, por 2 o 3
horas, desde “La Vega”, hasta aldea “Feria”. La jornada solía terminar al medio
día.
Concluido el trabajo, se bañaba
—acostumbrado al frío de occidente— en la pila, a palanganazo limpio. Se
peinaba ‘correctamente’ de izquierda a derecha, su juez era ese espejo —con
marco, coloreado por el musgo, pues siempre permaneció afuera de su casa —. Una vez vestido
‘correctamente’ —con
mocasines, pantalón te tela, camisa o guayabera blanca—,
almorzaba. Y, como es debido, una conversación extensa venía después
de cada comida.
Sus tardes fueron ‘descifrables”, para
quienes lo miraban y decían, “allá va Don Chepe, coqueto y con agilidad al
caminar por toda la vereda”. Siendo de pueblo, todos sabían a donde se dirigía.
Todos saben donde están todos. Él iba de casa en casa, tomando café o de tienda
en tienda comprando lo que fuere, con el objeto de saludar a quienes se le cruzaban; al
final de la tarde, media hora antes de anochecer, se sabía que regresaría.
Esa ‘rutina’ se alteró desde que enfermó.
Desde que observó su vida en la cama. Desde que ese cuadro en su habitación
era el punto de conversación para cada visitante. El cuadro decía “En honor a
Wilfido” un alumno distinguido y un compañero entrañable”. —Ese
adolescente fue la luz de sus ojos y la pausa de sus últimos diez años—.
Esos diez años fueron solo la etapa
final de su vida, prueba fehaciente, porque en su funeral, un viernes santo, su familia y amigos,
recordaron a aquel señor delgado, de buen caminar, ágil en las veredas; de buen hablar, gentil y con buena memoria al socializar con cada persona e historia que lo rodeó.
#GolpeDeSuerte V
©
Alejso
1 comentario:
¡Hola! vengo a saludarte y encuentro esta hermosa historia, las descripciones muy buenas y logras que visualicemos al protagonista.
Me recordó la canción "fina estampa" de MªDolores Pradera.
Un abrazo afectuoso
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