Carta XXXI
«…de eso hablo, de las historias que uno vive en
las casas»
En unos días
me iré de casa, el entorno cambiará, también mis costumbres. Será distinto y de
nuevo, me adaptaré. Nunca es muy cerca ni lejos, conoceré otras personas, otras
formas de saludar. Lo digo porque donde vivo con un silbido o un levantado de
ceja basta. Es indiscutible, tenía a la mano casi todo, el mercado, el
supermercado, las barberías, las ventas de licores me abrían aun de madrugada y
por doquier encontraba comercio de DVD’s piratas.
Estoy tan
acostumbrado a la posición del sol en mi ventana. Sé perfectamente cuando está
por amanecer, aun si está totalmente oscuro. El poste de luz se apaga a las
cinco y quince, justo antes de la alborada. Quién sabe si está programado,
aunque lo dudo, aquí todo es muy a merced del tercer mundo, es decir el
mantenimiento de servicios públicos prescribe y prescribe. Quiero decir, ya le
sé el modo a los alrededores de mi casa y me gusta, me gusta.
Es mi casa,
quiero decir en breve será de alguien más, yo iré a una casa más bonita y más
grande. La vi por primera vez hace cuatro meses, tiene tres áreas verdes como
antesala. Podré ejercitarme, jugar futbol y basquetbol. Hay centros comerciales
y universidades cerca, Empero, sin conocer a profundidad a mis vecinos
actuales, ya nos sabíamos el modo y eso se extraña.
Por ejemplo,
mi tía decía que aunque ahora viva muy lejos de donde nació (San Marcos, departamento
de Guatemala), siente la necesidad de regresar a su casa, donde está su mamá y
los recuerdos que dejó su papá. E incluso, echa de menos, la historia de horror
que protagonizó siendo adolescente. Cuenta que venían corriendo con Oscar, su
novio de aquel entonces, a las dos de la mañana, pero hicieron una pausa cuando
la sombra de una pareja les llamó la atención. Oscar no quiso detenerse, pero
mi tía le dijo que no podían dejarlos en la oscuridad. Su novio, evidentemente
asustado, asintió la cabeza y musitó diciéndole “ellos no eran”. Mi tía, 40 años después, horrorizada, nos narró que
no dejó de correr hasta llegar a su casa. Por supuesto, le contó a mi abuelo y
le creyó, puesto que a él también lo asustaban cuando cuidaba sus tierras,
donde sembraba hoja para tamal y café.
De eso hablo,
de las historias que uno vive en las casas. Aquí realizó mi hermano su boda
civil, de aquí salió cuando se casó en la iglesia católica. Aquí salió mi hermana
cuando se casó por la iglesia evangélica. Aquí sané unos cuantos problemas psicológicos,
donde las mujeres no faltaron para agregarle plusvalía aquel profesional de las
terapias, aunque finalmente “me curé solo” cuando corría en los alrededores del
lago. Sí, aquí recibí tantas noticias malas como buenas. Fue increíble, pero al
contrario de mi tía y mi mamá, esta mi casa, solo es una casa, no estoy arraigado
a la tierra que a ellas hermosamente las vio nacer. Con mi papá compartimos
algo similar, nuestras madres crecieron en otro lugar y cuando cuentan que es
vivir allá, también nos emocionamos.
Es obvio, mi historia no se cuenta en bosques extensos, se cuenta en una ciudad de cemento,
con ideas cosmopolitas, variadas, sin sentido, intelectuales e ignorantes como
pocas. Para unos mejor para otros peor. Lo que es válido decir, esta mi casa ya
no lo será, será otra, será distinto. Pero me acostumbraré porque
quiero contar del pasado en el futuro. También sobre mi sobrina y su bienvenida al mundo.
Hasta
luego, hasta pronto, quisiera decir adiós a todo e iniciar de nuevo, pero no
puedo. Algo muy profundo me ata a los recuerdos que ya no olvido y me delatan.
Alejso
2 comentarios:
No sé porque, pero Ambrosía ignota tiene un toque de genio verdadero que me atrae, siempre vuelvo al lugar, una y otra vez...
Muchas gracias por volver aquí, Gralba. Iré por tu poesía en breve.
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